Pasillos oscuros los del monasterio de la Aldehuela. Los grafiteros no se apiadan de sus paredes, masacradas por unas firmas absurdas de dudosísimo gusto. Nada que ver con el fino trabajo de otros maestros del arte urbano.
Las vainas por el suelo son de armas modernas, de paramilitares que usan el Patrimonio histórico del Parque Lineal para sus juegos de guerra.
Es peligroso caminar por la Aldehuela, los suelos pueden ceder en cualquier sitio, pero no nos resistimos a caminar por la sala de oración, frente al jardin que aún conserva sus formas originales.
Una cocina con su chimenea y banco corrido, casi nos hace imaginar a los aparceros del siglo XX arrimados en las frías noches de invierno del Manzanares.
El comedor también anda por allí sepultado por escombros e indiferencia, junto a él una sala noble, de exquisitas formas.
También elementos y máquinas propias de la explotación agropecuaria que a buen seguro sucedió a los frailes trapenses, ya bien entrado el siglo pasado.
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