Este fin de semana tocaba salida por la Aldehuela, en los confines del Parque Lineal del Manzanares.
Uno parece que se ha adentrado en un mundo de basuras y deshechos, ajado y olvidado, casi truculento, donde nadie parece percatarse que allí también nació Madrid. Pero cuando llegas, la cosa cambia.
Madrid no tiene muchos lugares así. De impresionantes vistas, de historia viva. El paisaje acompaña.
La Aldehuela es uno de esos rincones olvidados en la geografía de la Comunidad de Madrid, en este caso en Getafe. Convento, bueno, cenobio dicen mis compañeros, de la orden de Trapa, fue ocupado desde tiempos inmemoriales. Yo sólo sé que semejante obra no puede estar así de ruinosa.
Su nombre, árabe, denota que su vejez, marcada y remarcada en su agonía, llega desde los mismos albores que vieran nacer a Madrid. Su destino, escrito en cada cañonazo en sus muros, trágico, como el de los milicianos republicanos que lo ocuparon o como el de la propia orden cisterciense, que lo abandonó e principios del siglo XX.
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